Acompañado de siete músicos excelentes, recorrió las canciones de su último disco y las tradicionales a lo largo de dos horas y media
El cantante de Linares triunfó en el primero de sus dos conciertos en Gijón. Hoy repite en la Laboral

ALBERTO PIQUERO – 19 mayo 2017

Algo ha de tener el ruiseñor de Linares (en esa población jienense nació, en 1943) para que tanto se le bendiga. Ayer lo volvió a demostrar en el primero de los dos conciertos que ofrece en el Teatro de la Laboral, completamente abarrotado (hoy repite y se despide). Con setenta y cuatro años recién cumplidos y habiendo pasado hace tres lustros por un delicado trasplante de hígado, mantiene una frescura vital envidiable, puesta de manifiesto a lo largo de las, aproximadamente, dos horas y media de la velada gijonesa de anoche.

Traía en la garganta los temas de su último álbum, ‘Infinitos bailes’, y cantó, bailó y rejuveneció (e hizo que parte del público, que ya le recibió aplaudiendo puesto en pie, rejuveneciera, pues los espectadores abarcaban de las edades adolescentes a las que ya viajan de vuelta), como si tuviera el secreto que detiene el tiempo. Acaso que los compositores de este reciente disco pertenezcan a las nuevas generaciones, también ejerza buenas influencias en este misterio. Ahí están firmando desde Dani Martín a Manuel Carrasco, Vanesa Martín, Enrique Bunbury o los emergentes Jorge Marazu y Rozalén. Pero no fue Raphael menos vital cuando acudió al repertorio tradicional que suele tener rúbrica de Manuel Alejandro. O también de José Luis Perales. Se podría decir que uno de los grandes hallazgos artísticos del cantante es el de reiventarse continuamente, al tiempo que, de modo paradójico, nunca deja de ser aquel, igual que en Eurovisión en 1966.

La gira que ayer y hoy pasa por Gijón, ‘Loco por cantar’, le define en su rótulo. Y orienta acerca de su saludable vigor. La comenzó en marzo, al otro lado del Atlántico, en Santiago de Chile y Buenos Aires, y este mes de las flores la inició en Jerez y la concluirá en Sevilla, Teatro de la Laboral mediante.

Las aclamaciones le rodearon desde la canción de apertura, que también da título al disco, ‘Infinitos bailes’, compuesta por Iván Ferreiro. Acompañado por siete músicos de extraordinaria competencia, la invitación musical quedaba inaugurada y la noche prometía: «Aquí, en Gijón, fueron mis primeros balbuceos musicalesy aquí estamos, 55 años después, y lo que nos queda todavía». Ni qué decir tiene que la ovación fue tan larga como animados los coros que vendrían después. Ya desde ‘Mi gran noche’, su adaptación de la composición de Adamo, el público le acompañó.

El repertorio cumplió las previsiones, ofreciendo los temas recién salidos del horno discográfico, de títulos muy expresivos, como ‘Aunque a veces duela’ (de Dani Martín), o ‘Carrusel’, de Iván Ferreiro, el líder de Los Piratas, pieza que a mitad del concierto incorporó a la escenografía videográfica una itinerario por distintos lugares del planeta, entre muchas otras.

Pero también dispensó Raphael su vertiente de recolector de canciones que hicieron famosas voces diferentes. Así, por ejemplo, ‘La quiero a morir’, de Francis Cabrel, en una exquisita versión acompañado solo por las guitarras, o ‘Gracias a la vida’. Las hizo suyas con el desenfado y el sentimiento que le caracteriza. Y hasta se despeinó a ritmo de rock en ‘Estar enamorado’. En la apoteosis de la desembocadura, su orilla clásica, deleitando con ‘En carne viva’, ‘Escándalo’, ‘Qué sabe nadie’ o ‘Como yo te amo’. El amor y el desamor que siempre han estado en la cenefa de su éxito. Su público le ama. Y hasta le adora, según los clamorosos aplausos e interjecciones registrados. Se le vio feliz. Hoy, más.