El cantante, que llenó el Palacio de Deportes, brindó con un concierto de dos horas y media por la eternidad de su legado

PABLO RODRÍGUEZ | GRANADA

Decían que venía afónico, que le había fallado la voz en las últimas actuaciones y que, incluso, podía ser la última vez que Granada viera a Raphael sobre las tablas de un escenario. Parafraseando a Alejandro Casona, está claro que el infierno está asfaltado de malas lenguas. Porque el linarense sigue siendo aquel que cantaba. Más humano, sí, pero no menos divino. Astro que con su garganta y sus manos proclama ante el público la verdad de una música que, como los gigantes de las leyendas, es infinita e inmortal. Solo así se entiende las dos horas y media de concierto con las que el artista brindó anoche por la eternidad de su legado ante un Palacio de Deportes que volvió a llenar -no hubo cifras- como hizo entonces, como hace siempre.

Los rumores eran gritos en las horas previas a la actuación. «¿De verdad está tan mal?», se preguntaban las señoras junto a la puerta del estadio. Hasta los negacionistas, siempre leales a la causa del ídolo, dudaban. «Es que el tiempo pasa por todos, ¿no?», decía un señor. Y sí, el tiempo no entiende de nombres, golpea a todos a su paso, pero a unos con puño de hierro y a otros, como Raphael, con guante de terciopelo. El cantante no tiene la afinación de antaño, no llega a las alturas de entonces, juega con las notas en algunos estribillos pero su garganta tiene ahora un sello distinto que no desmerece, espada sin bruñir que aún corta. Y el fuelle, el fuelle sigue siendo un escándalo.

Así que llegada la hora, las nueve y media, Raphael salió al escenario y el público se levantó en pie a recibirle. Es una de las cosas con las que no ha podido el tiempo. No hay nadie en España que reciba ovaciones como él. El artista, negro riguroso, fina aguja rodeada de músicos, arrancó con tres de sus nuevas canciones. ‘Infinitos bailes’ -tan indie, tan popera–, la romanticona ‘Aunque a veces duela’ y un ‘Igual’ que es una auténtica declaración de intenciones. «Igual que ayer pero más fiero; más tierno, pero más verdad», dice la letra que cantó un Raphael humanamente divino.

Para entonces estaba claro que no tenía nada que ver con aquel que vino hace año y medio rodeado por una orquesta generosa. La de anoche fue otra reinvención del maestro, vuelto de nuevo a aquel ídolo pop al que le escribía Manuel Alejandro -todos en pie- y al que ahora le escriben Mikel Izal, Rozalén, Pablo López o Vanesa Martín -sigamos en pie-. Eso sí, el público recibió los nuevos temas con cierta incertidumbre que se quebró con el primero de los clásicos, ‘Mi gran noche’. Fue cuando llovieron los aplausos y los gritos de ‘guapo’. A distancia no podría asegurarse, pero Raphael sonrió. Extrañamente la voz se le fue atemperando al artista con el pasar de las canciones. Así comenzó un ‘Provocación’ que sonó mejor que en su última visita, más rockero y contestón.

Y luego, ‘La noche’ y ‘Yo sigo siendo aquel’. Raphael se quitó la chaqueta en un gesto que por repetido sigue siendo incontestable y, con un movimiento de cadera levísimo, desarmó al patio de butacas. Todos, todos, hasta los que seguían con el rabillo del ojo la Champions por Twitter (que los hubo) se pusieron en pie. «Es increíble, es increíble». «Sí que lo es, sí», se decían las señoras en la grada.

Montaña de emociones

La montaña de emociones continuó con ‘Cada septiembre’ y una joyita de aires mexicanos -«yo no sé cómo pude olvidarme así de ti»- que Raphael sembró de guiños, de insinuaciones antes de pasar de nuevo a otro de los temas nuevos. Es curioso el reto de los grandes: seguir creando, transformarse con los tiempos sin perder el punto de partida, sabiéndose examinado por un público que prefiere, como ocurriera también el otro día con los fans de Ricky Martin, la tierra conocida. O adaptar los ‘hits’ al presente, como ese ‘No puedo arrancarte de mí’ guerrillero, con la banda rugiendo y Raphael que fue levitando, desde la silla en que había comenzado sentado al borde del escenario, ligero como ave y a la vez duro como roca.

El final de fiesta fue una muestra de la extensión del legado del linarense. La abrumadora tormenta guitarrera de ‘Por una tontería’, con desplante del artista y su chaqueta, dio paso al éxtasis coplero de ‘Nostalgia’ en el que tantos han leído su propia vida y que Raphael cantó sentado sobre uno de los altavoces. Luego ese ‘Cuando tú no estas’ tan clásico para pasar al ‘Estuve enamorado’ que arrasó guateques antaño y anoche se llevó por delante al Palacio de Deportes. También el Raphael versionador con un ‘La quiero a morir’ que han cantado Cabrel, Manzanita, Shakira o Niña Pastori y suena siempre igual de bien. O el recuerdo a Mercedes Sosa con ‘Gracias a la vida’. Y ‘Carrusel’, himno indie que le ha escrito Iván Ferreiro para su último disco y que se ha ido directo al estante de triunfos del cantante con ese «nos queda tanto por vivir» que es definitorio.

Porque, como los héroes mitológicos, él está dispuesto a morir en batalla, con el micrófono bien apretado y el pie fuerte sobre las tablas. Lo dejó tan claro anoche, con un directo en el que dio muestras de que su personalidad sigue intacta, como el otro día al responder a un periodista. «¿Piensa en retirarse?», le preguntó y su respuesta fue rotunda, puro genio: «Le recuerdo que está usted hablando con Raphael».